Olympia...
I
hagamos usted y yo un
largo viaje por la casa de los vivos. de esos ejemplares que, bien conservados
preguntan de usted y de mí. hagamos un alto en el recorrido sobre su cama para
sabernos vivas, que somos la parte parecida a las tormentosas rayas de la
noche, las que no vemos, las que no probaremos nunca. deme usted la parte de su
cuerpo, esa orilla que nadie conoce, ni siquiera las intimidades de su baño ni
los pudores discretos de su espejo, quiero acostarme con usted a esta hora para
saber que la tengo debajo de una mano, las rodillas en su riñón, su espalda
repartida.
III
he terminado con el
drama. adolezco de la falta, del aullido brutal y mudo a media noche, del
insomnio, de la deuda, del rigor entrando a las ventanas o a la edad. ya no
tengo historias crudas que merezcan ser contadas, no me animan las formas
nimias ni los cuerpos fríos. la indiferencia cesó su delicioso juego de
matarme. estoy evaporada de pasiones. pasé de la agónica existencia al respaldo
de la cama, a los pies en alto del descanso. noto mis transformaciones: las
mujeres no me rasgan sus recuerdos no se entierran regreso a la casa, contenta
de tener casa sin soñar con el fracaso sin aspirar a lo irrevocable al abismo a
los brazos inertes, para siempre inertes de un cuerpo maltratado. no me azotan
mis filisteos comentarios ni me hieren los idiomas. la lupa de mi lengua no se
altera sobre cuerpos inventados no seduce no adora. noto con horror, sin
valentía, que comienzo a ser feliz.
V
tomada de la mano por
mi otra mano, reconociendo lúcidamente que al final este intento será sólo una
página muerta, quería contarles que no puedo ni un minuto más. he sido
arrollada por la presencia por la visita de un extraño que desata sus terribles
sin permiso. a ratos percibo que una loca y arriesgada invitación, uno de esos
juegos donde el peligro puede tocarse lo dejó aquí, entre mis sábanas, entre mi
voz, sobre la cama. ahora, posesionado de mis ámbitos, cómodo huésped que
abusa, pretende para siempre dominar en mis entornos, ahuyentar a mis otros y
hacer de mi delgadez su inextirpable nido.
XXII
en vilo sostenida por
un hilo por un frágil pasadizo que alargado me somete a los altos de las luces,
a las formas redondas del bombillo, magia de las luces que apagadas acompañan
en tibio vapor mi alma helada. cómo hablarle de los míos, cómo asombrarla con
tanta y tanta porquería (no temer, no encubrir, es únicamente porquería), cómo
recoger su cuerpo absurdo y recordado en estas horas darle espacio a sus
menores e infinitos, desordenar sus brazos y traer su cuerpo a la parte más
cómoda del mío. qué recostada y lejos de sus formas. llorarla y pensarla en
futuro cuando se sabe que nada ni nadie recordará que la he traído esta noche
separada por andamios que la buscan en cuerpos que se repiten, en abrazos que
ya odio, en el beso sometido. tengo que oírla voces oscuras, tengo que oírla
tengo que apurar mi tiempo al lado suyo porque no tenemos nada.
XXIV
ahora sé que no moriré
esta noche. si transcurro, y si recorro perdida entre resplandores y seres me
encuentro en la forma del espejo que separa mi cuello de los otros. si subiendo
por intrincadas escaleras y sostenida en barandas he vivido cayendo ahora sé
que no moriré esta noche y es porque reposo en el lado vacío de la cama,
repetido lado que nombro en minúsculas, y enumero, y quejado va en textos y
entiendo que seguirá el vacío aún con la sólida sombra de una hermosa
reposando. ahora sé. la mano tendida buscándose en la aridez la falta
reventando con esa voz que mancha almas de niños cuando nombro y donde está el
espacio reinado que cubren tus hijos y donde está el sueño dictado mientras yo
escribía. y sé que no me apodero del gatillo porque no es la voz mía la que
despide para siempre los fetiches con que decoro mis ideas, esta noche que no
será la última aunque quiera y me sienta demonio con su tos menor y con la
arritmia de mis brazos que hinco sobre la máquina para el levantamiento de la
queja a punto de morir porque sé que esta noche no es.
XXXIV
los demás, los otros,
pidieron por mi amor quedarse sordos. con el tiempo olvidé la demora. la
repetición absurda de los sueños me acercó a la última prueba. poco a poco
dejaron de interesarme las fotos, los rasgos de la sabiduría. fui degenerando
en un esbelto amuleto que acompañaba mi muerte, que también dejó de
interesarme. quería renunciar a mis visitas sobre el espejo, ya me conocía.
podía predecir las caras venideras. ninguna religión pudo atajar el miedo a
perderme. el insomnio impetuoso –aún en el sueño- me dio claves de la muerte
que me habitó lenta y callada, de cíclicos movimientos recluída, a la
intemperie de la memoria, detuve ese continuo y harto viaje de traerme a la
vida tantas veces. me fui quedando muda al fin. quedarme o irme, atravesar la
maroma de la noche. no pude decírselo a nadie.
Manón Kübler
(1992). Olympia. Caracas: Monte
Ávila Editores.
Manón Kübler (Caracas, 1961). Poeta, periodista. Famosa por sus
atrevidos reportajes en la revista Exceso.
Guionista de teatro, cine experimental y televisión, ha recibido varios premios
nacionales e internacionales por sus cortometrajes. Ha publicado un poemario:
Olympia (1992). Obra inédita: Bluff.

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