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POESÍA

viernes, 31 de enero de 2014.


                                                        

La poesía es tránsito. No es por sí misma un fin o una meta, sino sólo el tránsito a la verdadera meta desconocida. Por la poesía damos el salto de la realidad visible a la invisible, el viaje alado y breve, capaz de salvar en su misma brevedad la distancia existente entre el mundo que nos rodea y el mundo que está más allá de nuestros cinco sentidos. La poesía es traslación, es movimiento. Si la poesía no nace con esta actitud dinámica, es inútil leerla o escribirla: no puede conducir a ningún lado. Es necesario que esta facultad de expansión esté enderezada al punto exacto, porque de lo contrario sólo lograría caminar sin rumbo y no llegar jamás. La poesía debe tener instinto de altura. El hecho de llevar raíces hincadas en la tierra no impide al árbol crecer; por el contrario le nutre el esfuerzo, lo sostiene en su impulso, le hace de base firme para proyectarse hacia arriba. Rastrear es línea tortuosa, crecer es línea sencilla, casi recta. Si la poesía ha de crecer como el árbol, ha de hacerlo también sencillamente. Si ha de llevarnos a algún lado lo hará con agilidad y precisión, de lo contrario perderá el impulso original antes de alcanzar la meta. No debe ser el poeta en exceso oscuro, y sobre todo no debe serlo deliberadamente. Velar el mensaje poético, establecer sobre él un monopolio para selectas minorías, es una manea de producirse antisocialmente. La poesía debe llevar en sí misma una fuente generadora de energía capaz de realizar alguna mutación por mínima que sea. Poesía que deja al hombre donde está, ya no es poesía.
P.S.
La Habana, 1993.

REFERENCIA: LOYNAZ, DULCE M. (1993). POEMAS ESCOGIDOS. MADRID: UNIVERSIDAD DE ALCALA, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, P. 14.
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Septiembre recuerda a Pizarnik

sábado, 15 de septiembre de 2012.


Noche
correr no sé donde
aquí o allá
singulares recodos desnudos
basta correr!
trenzas sujetan mi anochecer
de caspa y agua colonia
rosa quemada fósforo de cera
creación sincera en surco capilar
la noche desanuda su bagaje
de blancos y negros
tirar detener su devenir

Flora Alejandra Pizarnik (1955). La tierra más ajena. Buenos Aires: Botella al Mar




Sueño
Estallará la isla del recuerdo.
La vida será un acto de candor.
Prisión
para los días sin retorno.
Mañana
los monstruos del buque destruirán la playa
sobre el vidrio del misterio.
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos del alma.

A la espera de la oscuridad
Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.
Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos

Alejandra Pizarnik (1956, Reeditado en 1976). La última inocencia. Buenos Aires: Botella al Mar




La Carencia
Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.

Alejandra Pizarnik (1958). Las aventuras perdidas. Buenos Aires: Botella al Mar




1
sólo la sed
el silencio
ningún encuentro

cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra

18
como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme

23
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

Alejandra Pizarnik (1962). Árbol de Diana. Buenos Aires: Editorial Sur




Poema
Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.

Amantes           
una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío

Alejandra Pizarnik (1965). Los trabajos y las Noches. Buenos Aires: Sudamericana




Desfundación
Alguien quiso abrir alguna puerta. Duelen sus manos aferradas a su prisión de huesos de mal agüero.
Toda la noche ha forcejeado con su nueva sombra. Llovió dentro de la madrugada y martillaban con lloronas.
La infancia implora desde mis noches de cripta.
La música emite colores ingenuos.
Grises pájaros en el amanecer son a la ventana cerrada lo que a mis males mi poema.

Vértigos o contemplación de algo que termina
Esta lila se deshoja,
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.

Alejandra Pizarnik (1968). Extracción de la Piedra de Locura. Buenos Aires: Sudamericana




Signos
Todo hace el amor con el silencio.
Me habían prometido un silencio como un fuego, una casa de silencio.
De pronto el templo es un circo y la luz un tambor.

Lazo mortal
Palabras emitidas por un pensamiento a modo de tabla del náufrago. Hacer el amor adentro de nuestro abrazo significó una luz negra: la oscuridad se puso a brillar. Era la luz reencontrada, doblemente apagada pero de algún modo más viva que mil soles. El color del mausoleo infantil, el mortuorio color de los detenidos deseos se abrió en la salvaje habitación. El ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos. El ritmo de los cuerpos cavaba un espacio de luz adentro de la luz.

Alejandra Pizarnik (1971). El Infierno Musical. Buenos Aires: Siglo XXI



Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, Argentina 1936-1972). Nacida como Flora Pizarnik. Es una de las poetas más importantes de Argentina, que realizó su obra en la década del sesenta siendo una de las voces más representativas de esa generación.
Permaneció como estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires hasta 1957, tomando cursos de literatura, periodismo y filosofía, pero no acabó sus estudios. Paralelamente tomó clases de pintura con Juan Batlle Planas.
Lectora profunda de muchos y grandes autores durante su corta vida, intentó ahondar en los temas de sus lecturas y aprender de lo que otros habían escrito. Así se motivó tempranamente por la literatura y por el inconsciente, lo que a su vez hizo que se interesara por el psicoanálisis.
Firmemente apolítica e influenciada en su lirismo por Antonio Porchia, los simbolistas franceses, en especial Arthur Rimbaud y Stéphane Mallarmé, por el espíritu del romanticismo, y por los surrealistas. Pizarnik escribió libros poéticos de notoria sensibilidad e inquietud formal marcada por una insinuante imaginería. Sus temas giraban en torno a la soledad, la infancia, el dolor y, sobre todo, la muerte. Su poesía se encargó de poner en escena lo desgarrador del silencio creativo, abriendo una puerta para las nuevas mujeres poetas, para trabajar sobre ese material.

Obras: La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968), Nombres y figuras (1969), El infierno musical (1971), La condesa sangrienta (1971), Los pequeños cantos (1971), El deseo de la palabra (1975), Textos de sombra y últimos poemas (1982), Zona prohibida (1982) (Poemas, muchos de ellos borradores de piezas publicadas en Árbol de Diana, y dibujos), Prosa poética (1987), Poesía completa 1955-1972 (2000), Prosa completa (2002).


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Olympia...

martes, 11 de septiembre de 2012.


I
hagamos usted y yo un largo viaje por la casa de los vivos. de esos ejemplares que, bien conservados preguntan de usted y de mí. hagamos un alto en el recorrido sobre su cama para sabernos vivas, que somos la parte parecida a las tormentosas rayas de la noche, las que no vemos, las que no probaremos nunca. deme usted la parte de su cuerpo, esa orilla que nadie conoce, ni siquiera las intimidades de su baño ni los pudores discretos de su espejo, quiero acostarme con usted a esta hora para saber que la tengo debajo de una mano, las rodillas en su riñón, su espalda repartida.

III
he terminado con el drama. adolezco de la falta, del aullido brutal y mudo a media noche, del insomnio, de la deuda, del rigor entrando a las ventanas o a la edad. ya no tengo historias crudas que merezcan ser contadas, no me animan las formas nimias ni los cuerpos fríos. la indiferencia cesó su delicioso juego de matarme. estoy evaporada de pasiones. pasé de la agónica existencia al respaldo de la cama, a los pies en alto del descanso. noto mis transformaciones: las mujeres no me rasgan sus recuerdos no se entierran regreso a la casa, contenta de tener casa sin soñar con el fracaso sin aspirar a lo irrevocable al abismo a los brazos inertes, para siempre inertes de un cuerpo maltratado. no me azotan mis filisteos comentarios ni me hieren los idiomas. la lupa de mi lengua no se altera sobre cuerpos inventados no seduce no adora. noto con horror, sin valentía, que comienzo a ser feliz.

V
tomada de la mano por mi otra mano, reconociendo lúcidamente que al final este intento será sólo una página muerta, quería contarles que no puedo ni un minuto más. he sido arrollada por la presencia por la visita de un extraño que desata sus terribles sin permiso. a ratos percibo que una loca y arriesgada invitación, uno de esos juegos donde el peligro puede tocarse lo dejó aquí, entre mis sábanas, entre mi voz, sobre la cama. ahora, posesionado de mis ámbitos, cómodo huésped que abusa, pretende para siempre dominar en mis entornos, ahuyentar a mis otros y hacer de mi delgadez su inextirpable nido.

XXII
en vilo sostenida por un hilo por un frágil pasadizo que alargado me somete a los altos de las luces, a las formas redondas del bombillo, magia de las luces que apagadas acompañan en tibio vapor mi alma helada. cómo hablarle de los míos, cómo asombrarla con tanta y tanta porquería (no temer, no encubrir, es únicamente porquería), cómo recoger su cuerpo absurdo y recordado en estas horas darle espacio a sus menores e infinitos, desordenar sus brazos y traer su cuerpo a la parte más cómoda del mío. qué recostada y lejos de sus formas. llorarla y pensarla en futuro cuando se sabe que nada ni nadie recordará que la he traído esta noche separada por andamios que la buscan en cuerpos que se repiten, en abrazos que ya odio, en el beso sometido. tengo que oírla voces oscuras, tengo que oírla tengo que apurar mi tiempo al lado suyo porque no tenemos nada.

XXIV
ahora sé que no moriré esta noche. si transcurro, y si recorro perdida entre resplandores y seres me encuentro en la forma del espejo que separa mi cuello de los otros. si subiendo por intrincadas escaleras y sostenida en barandas he vivido cayendo ahora sé que no moriré esta noche y es porque reposo en el lado vacío de la cama, repetido lado que nombro en minúsculas, y enumero, y quejado va en textos y entiendo que seguirá el vacío aún con la sólida sombra de una hermosa reposando. ahora sé. la mano tendida buscándose en la aridez la falta reventando con esa voz que mancha almas de niños cuando nombro y donde está el espacio reinado que cubren tus hijos y donde está el sueño dictado mientras yo escribía. y sé que no me apodero del gatillo porque no es la voz mía la que despide para siempre los fetiches con que decoro mis ideas, esta noche que no será la última aunque quiera y me sienta demonio con su tos menor y con la arritmia de mis brazos que hinco sobre la máquina para el levantamiento de la queja a punto de morir porque sé que esta noche no es.

XXXIV
los demás, los otros, pidieron por mi amor quedarse sordos. con el tiempo olvidé la demora. la repetición absurda de los sueños me acercó a la última prueba. poco a poco dejaron de interesarme las fotos, los rasgos de la sabiduría. fui degenerando en un esbelto amuleto que acompañaba mi muerte, que también dejó de interesarme. quería renunciar a mis visitas sobre el espejo, ya me conocía. podía predecir las caras venideras. ninguna religión pudo atajar el miedo a perderme. el insomnio impetuoso –aún en el sueño- me dio claves de la muerte que me habitó lenta y callada, de cíclicos movimientos recluída, a la intemperie de la memoria, detuve ese continuo y harto viaje de traerme a la vida tantas veces. me fui quedando muda al fin. quedarme o irme, atravesar la maroma de la noche. no pude decírselo a nadie.

Manón Kübler (1992). Olympia. Caracas: Monte Ávila Editores.



Manón Kübler (Caracas, 1961). Poeta, periodista. Famosa por sus atrevidos reportajes en la revista Exceso. Guionista de teatro, cine experimental y televisión, ha recibido varios premios nacionales e internacionales por sus cortometrajes. Ha publicado un poemario: Olympia (1992). Obra inédita: Bluff.

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