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POESÍA
La poesía es
tránsito. No es por sí misma un fin o una meta, sino sólo el tránsito a la
verdadera meta desconocida. Por la poesía damos el salto de la realidad visible
a la invisible, el viaje alado y breve, capaz de salvar en su misma brevedad la
distancia existente entre el mundo que nos rodea y el mundo que está más allá
de nuestros cinco sentidos. La poesía es traslación, es movimiento. Si la
poesía no nace con esta actitud dinámica, es inútil leerla o escribirla: no
puede conducir a ningún lado. Es necesario que esta facultad de expansión esté
enderezada al punto exacto, porque de lo contrario sólo lograría caminar sin
rumbo y no llegar jamás. La poesía debe tener instinto de altura. El hecho de
llevar raíces hincadas en la tierra no impide al árbol crecer; por el contrario
le nutre el esfuerzo, lo sostiene en su impulso, le hace de base firme para
proyectarse hacia arriba. Rastrear es línea tortuosa, crecer es línea sencilla,
casi recta. Si la poesía ha de crecer como el árbol, ha de hacerlo también sencillamente.
Si ha de llevarnos a algún lado lo hará con agilidad y precisión, de lo
contrario perderá el impulso original antes de alcanzar la meta. No debe ser el
poeta en exceso oscuro, y sobre todo no debe serlo deliberadamente. Velar el
mensaje poético, establecer sobre él un monopolio para selectas minorías, es
una manea de producirse antisocialmente. La poesía debe llevar en sí misma una
fuente generadora de energía capaz de realizar alguna mutación por mínima que
sea. Poesía que deja al hombre donde está, ya no es poesía.
P.S.
La
Habana, 1993.
REFERENCIA: LOYNAZ, DULCE M. (1993). POEMAS ESCOGIDOS. MADRID: UNIVERSIDAD DE
ALCALA, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, P. 14.

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