POESÍA

viernes, 31 de enero de 2014.


                                                        

La poesía es tránsito. No es por sí misma un fin o una meta, sino sólo el tránsito a la verdadera meta desconocida. Por la poesía damos el salto de la realidad visible a la invisible, el viaje alado y breve, capaz de salvar en su misma brevedad la distancia existente entre el mundo que nos rodea y el mundo que está más allá de nuestros cinco sentidos. La poesía es traslación, es movimiento. Si la poesía no nace con esta actitud dinámica, es inútil leerla o escribirla: no puede conducir a ningún lado. Es necesario que esta facultad de expansión esté enderezada al punto exacto, porque de lo contrario sólo lograría caminar sin rumbo y no llegar jamás. La poesía debe tener instinto de altura. El hecho de llevar raíces hincadas en la tierra no impide al árbol crecer; por el contrario le nutre el esfuerzo, lo sostiene en su impulso, le hace de base firme para proyectarse hacia arriba. Rastrear es línea tortuosa, crecer es línea sencilla, casi recta. Si la poesía ha de crecer como el árbol, ha de hacerlo también sencillamente. Si ha de llevarnos a algún lado lo hará con agilidad y precisión, de lo contrario perderá el impulso original antes de alcanzar la meta. No debe ser el poeta en exceso oscuro, y sobre todo no debe serlo deliberadamente. Velar el mensaje poético, establecer sobre él un monopolio para selectas minorías, es una manea de producirse antisocialmente. La poesía debe llevar en sí misma una fuente generadora de energía capaz de realizar alguna mutación por mínima que sea. Poesía que deja al hombre donde está, ya no es poesía.
P.S.
La Habana, 1993.

REFERENCIA: LOYNAZ, DULCE M. (1993). POEMAS ESCOGIDOS. MADRID: UNIVERSIDAD DE ALCALA, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, P. 14.

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