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POESÍA
La poesía es
tránsito. No es por sí misma un fin o una meta, sino sólo el tránsito a la
verdadera meta desconocida. Por la poesía damos el salto de la realidad visible
a la invisible, el viaje alado y breve, capaz de salvar en su misma brevedad la
distancia existente entre el mundo que nos rodea y el mundo que está más allá
de nuestros cinco sentidos. La poesía es traslación, es movimiento. Si la
poesía no nace con esta actitud dinámica, es inútil leerla o escribirla: no
puede conducir a ningún lado. Es necesario que esta facultad de expansión esté
enderezada al punto exacto, porque de lo contrario sólo lograría caminar sin
rumbo y no llegar jamás. La poesía debe tener instinto de altura. El hecho de
llevar raíces hincadas en la tierra no impide al árbol crecer; por el contrario
le nutre el esfuerzo, lo sostiene en su impulso, le hace de base firme para
proyectarse hacia arriba. Rastrear es línea tortuosa, crecer es línea sencilla,
casi recta. Si la poesía ha de crecer como el árbol, ha de hacerlo también sencillamente.
Si ha de llevarnos a algún lado lo hará con agilidad y precisión, de lo
contrario perderá el impulso original antes de alcanzar la meta. No debe ser el
poeta en exceso oscuro, y sobre todo no debe serlo deliberadamente. Velar el
mensaje poético, establecer sobre él un monopolio para selectas minorías, es
una manea de producirse antisocialmente. La poesía debe llevar en sí misma una
fuente generadora de energía capaz de realizar alguna mutación por mínima que
sea. Poesía que deja al hombre donde está, ya no es poesía.
P.S.
La
Habana, 1993.
REFERENCIA: LOYNAZ, DULCE M. (1993). POEMAS ESCOGIDOS. MADRID: UNIVERSIDAD DE
ALCALA, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, P. 14.
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Septiembre recuerda a Pizarnik
Noche
correr no sé donde
aquí o allá
singulares recodos desnudos
basta correr!
trenzas sujetan mi anochecer
de caspa y agua colonia
rosa quemada fósforo de cera
creación sincera en surco capilar
la noche desanuda su bagaje
de blancos y negros
tirar detener su devenir
Flora Alejandra Pizarnik (1955). La tierra más ajena. Buenos Aires: Botella al Mar
Sueño
Estallará la isla del recuerdo.
La vida será un acto de candor.
Prisión
para los días sin retorno.
Mañana
los monstruos del buque destruirán la playa
sobre el vidrio del misterio.
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos del alma.
A la espera de la oscuridad
Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.
Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos
Alejandra Pizarnik (1956, Reeditado en 1976). La última inocencia. Buenos Aires: Botella al Mar
La Carencia
Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.
Alejandra Pizarnik (1958). Las aventuras perdidas. Buenos Aires: Botella al Mar
1
sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra
18
como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme
23
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
Alejandra Pizarnik (1962). Árbol de Diana. Buenos Aires: Editorial Sur
Poema
Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.
Amantes
una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío
Alejandra Pizarnik (1965). Los trabajos y las Noches. Buenos Aires: Sudamericana
Desfundación
Alguien quiso abrir alguna puerta. Duelen sus manos aferradas a su prisión de huesos de mal agüero.
Toda la noche ha forcejeado con su nueva sombra. Llovió dentro de la madrugada y martillaban con lloronas.
La infancia implora desde mis noches de cripta.
La música emite colores ingenuos.
Grises pájaros en el amanecer son a la ventana cerrada lo que a mis males mi poema.
Vértigos o contemplación de algo que termina
Esta lila se deshoja,
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.
Alejandra Pizarnik (1968). Extracción de la Piedra de Locura. Buenos Aires: Sudamericana
Signos
Todo hace el amor con el silencio.
Me habían prometido un silencio como un fuego, una
casa de silencio.
De pronto el templo es un circo y la luz un tambor.
Lazo
mortal
Palabras emitidas por un pensamiento a modo de
tabla del náufrago. Hacer el amor adentro de nuestro abrazo significó una luz
negra: la oscuridad se puso a brillar. Era la luz reencontrada, doblemente
apagada pero de algún modo más viva que mil soles. El color del mausoleo
infantil, el mortuorio color de los detenidos deseos se abrió en la salvaje
habitación. El ritmo de los cuerpos ocultaba el vuelo de los cuervos. El ritmo
de los cuerpos cavaba un espacio de luz adentro de la luz.
Alejandra
Pizarnik (1971). El Infierno Musical.
Buenos Aires: Siglo XXI
Alejandra
Pizarnik (Buenos Aires, Argentina 1936-1972). Nacida como Flora Pizarnik.
Es una de las poetas más importantes de Argentina, que realizó su obra en la
década del sesenta siendo una de las voces más representativas de esa
generación.
Permaneció como estudiante de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires hasta 1957, tomando cursos
de literatura, periodismo y filosofía, pero no acabó sus estudios.
Paralelamente tomó clases de pintura con Juan Batlle Planas.
Lectora profunda de muchos y grandes autores
durante su corta vida, intentó ahondar en los temas de sus lecturas y aprender
de lo que otros habían escrito. Así se motivó tempranamente por la literatura y
por el inconsciente, lo que a su vez hizo que se interesara por el psicoanálisis.
Firmemente apolítica e influenciada en su lirismo
por Antonio Porchia, los simbolistas franceses, en especial Arthur Rimbaud y
Stéphane Mallarmé, por el espíritu del romanticismo, y por los surrealistas.
Pizarnik escribió libros poéticos de notoria sensibilidad e inquietud formal
marcada por una insinuante imaginería. Sus temas giraban en torno a la soledad,
la infancia, el dolor y, sobre todo, la muerte. Su poesía se encargó de poner
en escena lo desgarrador del silencio creativo, abriendo una puerta para las
nuevas mujeres poetas, para trabajar sobre ese material.
Obras: La tierra más ajena (1955), La última
inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los
trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968), Nombres
y figuras (1969), El infierno musical (1971), La condesa sangrienta (1971), Los
pequeños cantos (1971), El deseo de la palabra (1975), Textos de sombra y
últimos poemas (1982), Zona prohibida (1982) (Poemas, muchos de ellos
borradores de piezas publicadas en Árbol de Diana, y dibujos), Prosa poética
(1987), Poesía completa 1955-1972 (2000), Prosa completa (2002).
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I
hagamos usted y yo un
largo viaje por la casa de los vivos. de esos ejemplares que, bien conservados
preguntan de usted y de mí. hagamos un alto en el recorrido sobre su cama para
sabernos vivas, que somos la parte parecida a las tormentosas rayas de la
noche, las que no vemos, las que no probaremos nunca. deme usted la parte de su
cuerpo, esa orilla que nadie conoce, ni siquiera las intimidades de su baño ni
los pudores discretos de su espejo, quiero acostarme con usted a esta hora para
saber que la tengo debajo de una mano, las rodillas en su riñón, su espalda
repartida.
III
he terminado con el
drama. adolezco de la falta, del aullido brutal y mudo a media noche, del
insomnio, de la deuda, del rigor entrando a las ventanas o a la edad. ya no
tengo historias crudas que merezcan ser contadas, no me animan las formas
nimias ni los cuerpos fríos. la indiferencia cesó su delicioso juego de
matarme. estoy evaporada de pasiones. pasé de la agónica existencia al respaldo
de la cama, a los pies en alto del descanso. noto mis transformaciones: las
mujeres no me rasgan sus recuerdos no se entierran regreso a la casa, contenta
de tener casa sin soñar con el fracaso sin aspirar a lo irrevocable al abismo a
los brazos inertes, para siempre inertes de un cuerpo maltratado. no me azotan
mis filisteos comentarios ni me hieren los idiomas. la lupa de mi lengua no se
altera sobre cuerpos inventados no seduce no adora. noto con horror, sin
valentía, que comienzo a ser feliz.
V
tomada de la mano por
mi otra mano, reconociendo lúcidamente que al final este intento será sólo una
página muerta, quería contarles que no puedo ni un minuto más. he sido
arrollada por la presencia por la visita de un extraño que desata sus terribles
sin permiso. a ratos percibo que una loca y arriesgada invitación, uno de esos
juegos donde el peligro puede tocarse lo dejó aquí, entre mis sábanas, entre mi
voz, sobre la cama. ahora, posesionado de mis ámbitos, cómodo huésped que
abusa, pretende para siempre dominar en mis entornos, ahuyentar a mis otros y
hacer de mi delgadez su inextirpable nido.
XXII
en vilo sostenida por
un hilo por un frágil pasadizo que alargado me somete a los altos de las luces,
a las formas redondas del bombillo, magia de las luces que apagadas acompañan
en tibio vapor mi alma helada. cómo hablarle de los míos, cómo asombrarla con
tanta y tanta porquería (no temer, no encubrir, es únicamente porquería), cómo
recoger su cuerpo absurdo y recordado en estas horas darle espacio a sus
menores e infinitos, desordenar sus brazos y traer su cuerpo a la parte más
cómoda del mío. qué recostada y lejos de sus formas. llorarla y pensarla en
futuro cuando se sabe que nada ni nadie recordará que la he traído esta noche
separada por andamios que la buscan en cuerpos que se repiten, en abrazos que
ya odio, en el beso sometido. tengo que oírla voces oscuras, tengo que oírla
tengo que apurar mi tiempo al lado suyo porque no tenemos nada.
XXIV
ahora sé que no moriré
esta noche. si transcurro, y si recorro perdida entre resplandores y seres me
encuentro en la forma del espejo que separa mi cuello de los otros. si subiendo
por intrincadas escaleras y sostenida en barandas he vivido cayendo ahora sé
que no moriré esta noche y es porque reposo en el lado vacío de la cama,
repetido lado que nombro en minúsculas, y enumero, y quejado va en textos y
entiendo que seguirá el vacío aún con la sólida sombra de una hermosa
reposando. ahora sé. la mano tendida buscándose en la aridez la falta
reventando con esa voz que mancha almas de niños cuando nombro y donde está el
espacio reinado que cubren tus hijos y donde está el sueño dictado mientras yo
escribía. y sé que no me apodero del gatillo porque no es la voz mía la que
despide para siempre los fetiches con que decoro mis ideas, esta noche que no
será la última aunque quiera y me sienta demonio con su tos menor y con la
arritmia de mis brazos que hinco sobre la máquina para el levantamiento de la
queja a punto de morir porque sé que esta noche no es.
XXXIV
los demás, los otros,
pidieron por mi amor quedarse sordos. con el tiempo olvidé la demora. la
repetición absurda de los sueños me acercó a la última prueba. poco a poco
dejaron de interesarme las fotos, los rasgos de la sabiduría. fui degenerando
en un esbelto amuleto que acompañaba mi muerte, que también dejó de
interesarme. quería renunciar a mis visitas sobre el espejo, ya me conocía.
podía predecir las caras venideras. ninguna religión pudo atajar el miedo a
perderme. el insomnio impetuoso –aún en el sueño- me dio claves de la muerte
que me habitó lenta y callada, de cíclicos movimientos recluída, a la
intemperie de la memoria, detuve ese continuo y harto viaje de traerme a la
vida tantas veces. me fui quedando muda al fin. quedarme o irme, atravesar la
maroma de la noche. no pude decírselo a nadie.
Manón Kübler
(1992). Olympia. Caracas: Monte
Ávila Editores.
Manón Kübler (Caracas, 1961). Poeta, periodista. Famosa por sus
atrevidos reportajes en la revista Exceso.
Guionista de teatro, cine experimental y televisión, ha recibido varios premios
nacionales e internacionales por sus cortometrajes. Ha publicado un poemario:
Olympia (1992). Obra inédita: Bluff.
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